6/6/08

Orfidal

Los pulmones se quedan pequeños y el corazón te zarandea el pecho. Crees que vas a morir. Así que buscas en el botiquín la pócima que te salve del pánico, las pastillas que sedan el alma.

Multitud de jóvenes padecen ansiedad u otros trastornos del espíritu. Resultado del estrés casi siempre, las autopistas de los neurotransmisores se llenan de camicaces y entonces el alma no cabe en el pecho. Jóvenes estresados. Jóvenes con miedo al fracaso. Jóvenes en cuyas conciencias esta sociedad podrida ha creado necesidades irreales, responsabilidades absurdas. Los médicos recetan ansiolíticos varios. Pero yo si fuera médico recetaría un buen trabajo, aunque las ETT¿s no me dejaran.

El trabajo del joven es precario y el mercado exige una dedicación completa, un ritmo frenético que no entiende de pausas ni de atardeceres. Miedo a salir de casa. Los jóvenes se van de casa de sus padres cuando dejan de ser jóvenes. Miedo a ser padres. O quizá miedo a ser como sus padres. Pequeñas mujeres, frágiles como un sueño, deshaciéndose como muñecos de nieve, vomitan por miedo a vivir. Anoréxicas, bulímicas a las que se les exige ser como la chica que me sonríe tras el cristal de la marquesina. Jóvenes con complejo de Peter Pan, con miedo a crecer tomando ansiolíticos para que el alma no les estalle como una supernova.

Algo le pasa a este mundo cuando tanta ansiedad llena los pulmones de miles de jóvenes.

Te invito a un café. Dejemos pasar esta tarde de otoño que camina lenta como una manada de dinosaurios y cuéntame cómo te va. No cojas el teléfono. Que les jodan a todos. Sólo dime lo bien que van a ir las cosas, cómo la calma de los próximos días traerá flores que crecerán en tu vien


Ismael Serrano
(Extraido de su página web)

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