28/9/08

El tiro con arco

El Camino del tiro con arco (Kyudo)

La importancia de repetir la misma cosa: una acción es un pensamiento que se manifiesta.
Un pequeño gesto que nos denuncia, por lo que debemos perfeccionarlo todo, pensar en los detalles, aprender la técnica de tal modo, que se vuelva intuitiva. La intuición nada tiene que ver con la rutina, sino con un estado de ánimo que está más allá de la técnica.

Así, después de mucho practicar, ya no pensamos en todos los movimientos necesarios: pasan a formar parte de nuestra propia existencia. Pero para eso es necesario ejercitarse, repetir.
Y como si no bastara, es necesario repetir y ejercitarse.
Obsérvese a un buen herrero trabajando el acero. Para un observador lego, está repitiendo los mismos mazazos.
Pero quien conoce la importancia de la ejercitación sabe que, cada vez que levanta el mazo y lo hace bajar, la intensidad del golpe es diferente. La mano repite el mismo gesto, pero, a medida que se aproxima al hierro, sabe si debe tocarlo con más dureza o más suavidad.

Obsérvese un molino. Par quien mira sus aspas una sola vez, parece girar con la misma velocidad y repetir siempre el mismo movimiento.
Pero quien conoce los molinos sabe que están condicionados por el viento y cambian de dirección siempre que es necesario.
La mano del herrero acabó educada después de repetir miles de veces el gesto de dar mazazos. Las aspas del molino pueden moverse con velocidad después de que el viento soplara mucho e hiciera que sus engranajes quedasen bruñidos.

El arquero permite que muchas flechas pasen lejos de su objetivo, porque no aprenderá la importancia del arco, de la postura, de la cuerda y del blanco hasta después de haber repetido sus gestos miles de veces, sin miedo a errar.
Hasta que llega el momento en que ya no es necesario pensar lo que se está haciendo. A partir de entonces, el arquero pasa a ser su arco y su blanco.

Cómo observar el vuelo de la flecha: la flecha es la intención que se proyecta en el espacio.
Una vez disparada, el arquero ya no puede hacer nada más, salvo seguir su recorrido en dirección del blanco. A partir de ese momento, la tensión necesaria para el tiro ya no tiene razón de ser.
Por tanto, el arquero mantiene los ojos fijos en el vuelo de la flecha, pero su corazón descansa y él sonríe.

Si se ha ejercitado lo bastante, si ha conseguido desarrollar su instinto, si se mantiene la elegancia y la concentración durante todo el proceso del disparo, en ese momento, sentirá la presencia del Universo y verá que su acción ha sido justa y merecida.
La técnica hace que las dos manos estén listas, que la respiración sea precisa, que los ojos puedan clavarse en el blanco. El instinto hace que el momento del disparo sea perfecto.
Quien pase cerca y vea al arquero con los brazos abiertos, con los ojos siguiendo la flecha, pensara que está parado, pero los aliados saben que la mente de quien hizo el disparo ha cambiado de dimensión, está ahora en contacto con todo el Universo: positivo, corrigiendo sus posibles fallos, aceptando sus cualidades, esperando para ver cómo reacciona el blanco al ser alcanzado.
Cuando el arquero estira la cuerda, puede ver el mundo entero dentro de su arco. Cuando sigue el vuelo de la flecha, este mundo se aproxima a él, lo acaricia y hace que tenga la sensación perfecta del deber cumplido.

Un guerrero de la luz, después de cumplir con su deber y transformar su intención en gesto, no necesita temer nada más: ha hecho lo que debía. No se ha dejado paralizar por el miedo; aun cuando la flecha no alcance el blanco, tendrá otra oportunidad, porque no ha sido cobarde.



De la obra "Como el río que fluye" de Paulo Coelho.

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